Los animales, en busca de un juez justo

15 December, 2021

Invitado Juan Manuel Arias. Literato Universidad de los Andes, Magister en Literatura Universidad de los Andes, Magister en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard. Estudiante del Doctorado en Lenguas y Literaturas Romances Universidad de Harvard.

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Una fábula antigua relata que, tras ser obsequiado con miel por una abeja, Júpiter ordena que se le otorgue a ella cualquier cosa que pida. La abeja, harta de ver el fruto de su duro trabajo robado por los hombres, demanda un aguijón con el que pueda defenderlo. Júpiter, que siente una debilidad especial por la especie humana, le explica que le dará el aguijón, con la advertencia de que, cuando pique con él a alguien, perderá la vida inmediatamente. En otra fábula, un grupo de asnos, cansados de que los hombres los usen como medio de carga y los obliguen a trabajar sin descanso, despachan embajadores a la corte de Júpiter con la esperanza de que éste los libere de su yugo. Al oír la demanda, el dios les explica a los mensajeros que su petición no es razonable, pues los seres humanos necesitan un medio para transportar cosas de un lugar a otro, pero les propone que si logran orinar hasta formar un río podrán descansar de su trabajo. Desde entonces, cada vez que un asno se encuentra un lugar en el que otro ha orinado, se para allí mismo a orinar también.

¿No tienen validez las demandas de los animales ante el dios romano? ¿por qué son castigados en vez de defendidos por pedir algo que parece justo? Veamos un ejemplo adicional. Dentro de un grupo de textos conocidos como qisas, historias de la tradición islámica medieval sobre profetas y otras figuras coránicas, encontramos un relato que explica la pérdida del lenguaje común entre los seres humanos y otros animales: tras su expulsión del Jardín del Edén, Adán se ve forzado a labrar la tierra, para lo cual utiliza la fuerza de un buey. Un día, el arado que usa queda atascado en el suelo, falta que Adán atribuye al buey, a quien empieza a golpear. Sorprendido, este le pregunta el motivo de tal violencia. Adán señala su desobediencia como razón, a lo que el buey le replica que está actuando injustamente, pues Dios no lo ha castigado a él con golpes por haberlo desobedecido al probar el fruto del árbol prohibido. Adán, molesto por el recordatorio que hace el buey de su pecado, se queja ante Dios, quien se apiada de él y decide quitar a todos los animales la capacidad del habla, de modo que no puedan señalar el pecado de los seres humanos.

En la historia de la literatura, este motivo se repite de manera sistemática: un animal o un grupo de animales acude al administrador la justicia para quejarse por el maltrato que recibe por parte de los seres humanos, pero el juez parece inclinarse siempre a favor de estos y no de los animales. Esto parece ser reconocido incluso por los propios personajes animales. En una obra del siglo XI conocida como la Carta de la mula y el caballo, el filósofo y poeta sirio Abū al-ʿAlāʾ al-Maʿarrī cuenta la historia de una mula que, obligada a trabajar en un molino de agua a punta de azotes, conversa con otros animales que pasan por el molino y le cuentan también sus propias desventuras. El propósito de la mula en sus interacciones es que sus interlocutores lleven ante el gobernador su petición de ser liberada del penoso trabajo que tiene. Cuando la mula menciona esto a un caballo con el que dialoga, este se sorprende de la ingenuidad de su interlocutora; ¿cómo puede fiarse ella de un ser humano? sobre todo sabiendo lo que hacen ellos con otros animales: unos son criados para el consumo de su carne, a otros se les roban sus huevos, a otros se los caza por deporte, y otros son explotados para que trabajen más de lo que su cuerpo les permite.

El caballo parece señalar un problema importante que trasciende la figura del gobernador: ¿cómo puede buscarse justicia contra el maltrato animal dentro de sistema legal que ha sido diseñado por los seres humanos para su propio beneficio? Los animales que protagonizan estos relatos están siempre en busca de un buen juez justo que parece no existir. Quizás el ejemplo más complejo y extenso que desarrolla este problema sea una obra ligeramente anterior a la Carta de al-Maʿarrī, la llamada Disputa entre los animales y los hombres en la corte del rey de los genios. Este texto, escrito por un grupo de intelectuales de Basora en el siglo X conocido como Ikhwān Al-safā, ficcionaliza el encalle de una nave que va llena de hombres en una isla en la que, hasta entonces, solo habitaban, en armonía, animales y genios. Los recién llegados pronto empiezan a perseguir a los animales, a cazarlos y a someterlos a que trabajen para sí, aduciendo que estos son sus esclavos por naturaleza. Los animales se dirigen entonces a la corte del rey de los genios en busca de protección. Este organiza un debate en el que se enfrentarán animales de diferentes clases y representantes de los hombres en el que se disputará si estos son o no más nobles que aquellos y, en consecuencia, si tienen derecho a usarlos a voluntad. Tras el largo debate en el que los animales contraargumentan espléndidamente cada uno de los puntos de los seres humanos, el rey de los genios falla al final a favor de estos últimos y les da derecho pleno sobre los animales de la isla. ¿La razón? El argumento final de los hombres, que indica la existencia de hombres santos que pueden estar tan cerca de Dios como los animales nunca lo estarán, le parece suficientemente convincente para determinar que los seres humanos son más nobles que todos los demás animales.

La Disputa es probablemente el caso más antiguo, aunque ficcional, de un debate en el plano jurídico que pone en juego la autonomía de los animales y la posibilidad de que existan de manera libre e independiente de los usos y maltratos del ser humano. Sin embargo, el resultado del juicio es tan desalentador como en los otros textos que he referido. La pregunta, entonces, es, ¿qué podemos aprender sobre las relaciones éticas interespecies en la actualidad a través de un estudio comparativo de estas obras? El factor que parecen tener en común todas ellas es que, no importa qué tan buenos sean los argumentos que busquen garantizar un trato justo de los animales no humanos, quizás el sistema a través del que esto se hace no resulte el más efectivo. En ese sentido, ¿basta con que los animales encuentren eventualmente un juez justo o una inclusión real en el derecho? ¿o nos enfrentamos más bien a la necesidad de repensar las cuestiones referentes a la justicia animal fuera del sistema jurídico, pues este es irremediablemente antropocéntrico? La aproximación extrajurídica cobra cada vez más fuerza desde, por ejemplo, las teorías del posthumanismo y la teoría feminista de la ética del cuidado. Para los proponentes del derecho animal, el reto consiste ahora en demostrar que el sistema jurídico puede funcionar sin un sesgo especista y antropocéntrico, y que, efectivamente, existe un lugar en él para la justicia de los animales no humanos.

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